Cuando por el 1700 las Juntas de Hospitales y las Maestranzas de Caballería eran las encargadas de organizar las corridas de toros y los toreros realizaban faenas soberbias, estas otorgaban al matador las carnes del animal que acababa de estoquear. Con el apéndice del animal en la mano enseñándola al público el matador mostraba su propiedad, por lo qué al finalizar la corrida, éste se dirigía al desolladero y reclamaba su premio entregando la propia oreja para ser remunerado con las carnes del burel.
Años más tarde, cuando la fiesta se hizo del pueblo y comenzaron a salir negociantes que organizaban independientemente las corridas, la práctica de regalar los despojos del toro fue en contra de los intereses del empresario, de manera que, a cambio de la oreja, el matador recibía una onza de oro. Este premio era visto por los toreros de la época como una limosna, no como un homenaje a su valentía, así que la práctica de cortar orejas cayó en desuso hasta el 29 de octubre de 1876, día en la plaza de toros de Madrid, se volvieron a conceder premios.
Fue en el tercero de la tarde, llamado “Medias Negras” de la ganadería de Benjumea, cuando Chicorro puso de cabeza a los tendidos ejecutando a la perfección las suertes de entonces. Realizó con gracia el salto de la garrocha y en un ceñido regate a cuerpo limpio arrancó la divisa para ofrecérsela a los príncipes de Baviera que se encontraban en el palco real junto a Alfonso XII. Dejó un volapié que hizo rodar sin puntilla al burel entre el desbordado entusiasmo del público, que pedía le fuera concedido el toro, a lo que el presidente accedió y Chicorro cortó la oreja a la res.
El establecimiento de la oreja como trofeo serio y cuantificador de éxitos, nos lleva hasta el 2 de octubre de 1910 a la Plaza de Toros de Madrid de la carretera de Aragón. Aquél día, Vicente Pastor realizó una valentísima faena ante el toro “Carbonero” de Concha y Sierra, que salió en cuarto lugar y que fue condenado a banderillas de fuego. Ante el alboroto de la gente le fue concedida la oreja, no sin la respectiva polémica por la vecindad del Teniente Alcalde, que presidía la corrida, con el torero madrileño. Esta, a la postre, es considerada oficialmente la primera oreja de la historia. Siete meses más tarde se repitió el trofeo, esta vez para una labor de Machaquito ante el toro “Zapatero” de Miura y, otro año después, se premió de igual manera una faena de Ricardo Torres “Bombita” al toro “Judío” de Santa Coloma. Ambas en la misma plaza de Madrid.
La costumbre de otorgar orejas como trofeos se fue esparciendo poco a poco por el territorio español, hasta convertirse en algo normativo dentro de los reglamentos taurinos, en los que habitualmente se incide qué la primera oreja es a criterio del respetable y la segunda del presidente. También sirven para medir qué torero debe salir por la puerta grande. En la mayoría del territorio mundial se sale a hombros con dos orejas cortadas en la tarde, a excepción de la Maestranza de Sevilla, en la cual hay que cortar tres, el País Vasco donde hay que cosechar un triunfo de dos orejas al mismo toro o la propia plaza de toros de Zaragoza donde para atravesar a hombros la puerta de Goya, hay que cortar dos apéndices al mismo toro.