Ser torero. Sentirse torero. Soñarse torero. Es el bien más preciado que un Dios, el destino, la frecuencia o el universo puede dar a quien es torero.
Es atípico que en pleno Siglo XXI ante el auge del bien estar animal, ante la clarividencia transformatoria del sector taurino, ante el cambio moral de la sociedad para con los animales bajo la imposición moralista anglosajona y sin que en Europa ya los más jóvenes pasen hambruna o necesidad, un joven decida ser torero.
¿Te preguntarás? Por que ser torero. Y te responderé; quizás por que siento antes que comprendo.
Pero prosigo, es atípico que con el abanico de grandes estrellas de la música, del fútbol o del cine y con el impacto del Ego que estas producen popularmente en los más pequeños, todavía haya un país en el que un joven culturalmente formado, encauzado para tener una vida apacible y sin complicaciones decida SER torero.
Algo para muchos cruel, anacrónico, desfasado, casposo o carpetovetónico.
¿Pero por qué nadie se para a pensar en el porque? ¿Por qué un joven de 14 años decide comenzar a entregar tu vida a una profesión?
Una profesión llena de dureza, de sin sabores, de heridas, de compañeros muertos, de injusticia, de zancadillas. ¿Por qué? ¿Por qué? Y ¿Por qué?
Viene de lo incomprensible, de la capacidad de SER, de vivir el presente, de ser torero, estar torero, soñar torero, todo ello sustentado por unos valores (cada vez mas carentes en la sociedad occidental) morales internos, un credo torero no escrito que implica la concepción de ser torero.
Unas reglas, unas normas, una jerarquía, un ritual, un misterio, una manera de entender, de vivir y de soñar al más puro estilo samurai. Quizás sea eso, encontrar unos valores sobre los que fundamentar la vida, unos valores que apenas se encuentran hoy día.
Quizás en el torero perdure todo aquello escrito en el Bushido (el credo Samurai) bajo el cual se ha aupado en notorias ocasiones a la sociedad oriental a levantarse de sus cenizas para convertirse en ejemplo de Naciones prósperas y llenas de valores.
Ser torero. Sentirse torero o soñarse torero es tener valores pero además es vivir con ilusión. Es disfrutar del camino subiendo a la montaña mientras tan sólo nos focalizamos en cada paso que damos, en el presente.
Es sentir ese muletazo, antecedido de citar al toro con despaciosidad, lanzando los vuelos de la muleta a cámara lenta, con nuestros pies atornillados en la arena, (bajo la desafiante mirada de ese ser indómito que tiene como misión embestir, coger y matar) para recoger con cadencia la embestida, a compás, con tempo, convirtiendo el peligro en belleza, la tragedia en baile, los segundos en minutos, alargando el derechazo o el natural como si de una prolongación de las yemas de nuestras manos se tratara, para embeber la embestida de la fiera una y otra vez creando una obra de arte efímera capaz de emocionar.
Para sentir ese mismo hormigueo que sienten dos enamorados que se corresponden, que se sienten uno, que paralizan en tiempo, los problemas, en un solo momento, interminable. Un hormigueo intenso que sube desde el suelo al estómago y que nos deja sin aliento, y cuando pasa y vuelves a la consciencia racional y no sensitiva te das cuenta de lo mágico que ha sido. Segundos que se convierten en horas o incluso días.
Ser torero. Sentirse torero. Soñarse torero. Es eso. Prepararse bajo unos valores, bajo unas reglas y con un credo marcado a fuego esperando ese momento, que puede tardar días, meses o años en volverse a repetir pero que te permite vivir, sentir y comprender la vida de otra manera.
Por Imanol Sánchez