La foto foto que ilustra este texto corresponde al pasado 8 de octubre de 2018, lo que fue mi debut en una Feria del Pilar, propiedad de un gran amigo francés, Joël Buravand, con quien en mi etapa novilleril forjé gran amistad, me siguió por multitud de plazas francesas y españolas. Un hombre que tras su retiro de entrega militar a la patria francesa decidió dedicarse a fotografiar a los toreros y novilleros en todas las plazas posibles, de inicio a final de temporada, desplazándose en tren de una ciudad a otra, hoy esta en Sevilla y mañana lo ves en Bilbao, sin lugar a dudas un romántico de la tauromaquia.
Para un torero maño torear en Zaragoza es algo que al igual que lo amedrenta de responsabilidad lo invade de ilusión, es bajar de la furgoneta al llegar a la plaza y prácticamente convive bajo el chispeantes una sensación contradictoria; el miedo, estar a la altura de las circunstancias o aprovechar esa tarde con un hormigueo de sentirte torero en tu casa y ante la mirada y el cariño de tu gente, ademas de ver en el tendido a tu familia, amigos, seguidores, o incluso gente que no ha pisado en su vida una plaza de toros y esta ahí por ti, por ver dar un paso más, por verte triunfador.
Y entre tanto hormigueo y alguna que otra lágrima propia del subidón de emociones fuertes, siempre, desde mi primera vez que pisé La Misericorida en el año 2010, todas y cada una de las veces que he actuado en Zaragoza, van 8 (6 de novillero, 2 de matador) que todavía me parecen pocas, se repite esta foto, fiel imagen de la amistad que se llegó a forjar desde el primer año que cubrí por completo como Director de Lidia los festejos populares de la feria del Pilar en 2010 hasta la actualidad.
Siempre es Bona, Sergio, veterano arenero, (la de corridas históricas que habrá vivido en La Misericordia…) quien desde aquél 2010, para seguir en 2011, 2012, 2015 y 2018, manda a formar filas, coloquialmente hablando, e inmortalizamos ese momento; todo son buenos deseos, abrazos, choques, buenas palabras, pero sobre todo es un momento en el que uno se siente querido, quizás no por lo que es si no por como ha convivido con ellos, uno de esos momentos únicos en la vida de un torero, en el que siente y piensa que todo sacrificio y dureza merece la pena por poder vivirlo.
Los envites de la vida hacen que muchos no estén, pero sí que haya otros nuevos, desde luego, torear en Zaragoza son muchas cosas, pero una de ellas es vivir tarde tras tarde este momento, cargado de emoción y cariño, algo que si por mi fuere repetiría más, un momento que tras saltar una foto de manera casual en las redes sociales por la magia y lo que significa para mí me apetecía compartir con vosotros.
Por Imanol Sánchez